La aventura de ser docente

Hoy leí un largo correo que me envió una amiga. En ese mensaje nos contó sobre sus éxitos profesionales y cómo esa alegría le había llenado de emoción su vida.
En sus palabras, llenas de dulzura, encerró un mensaje que quizás ni ella misma haya tenido en cuenta.

Su pasión -y su tarea- es la docencia. Una profesión que aparece hoy en día desvalorizada, sometida a juicios de toda índole, y de la cual recibimos noticias –generalmente- en ocasión de conflictos vinculados a justificados reclamos salariales.

Sin embargo en las aulas, donde se encuentran las verdaderas realidades de la educación uruguaya, pasan cosas. Otras cosas. Allí hay noticias. Hoy ella, sin saberlo, nos contó una que es maravillosa.

A pocos meses de recibirse como profesora tiene a su cargo un grupo de adolescentes. Liceales. Hace cinco meses esos muchachos “no sabían dar un ejemplo de verbo” y hoy, no solo pueden hacerlo, sino que trabajan en una dinámica con sus compañeros y su docente que llamó la atención de una profesora de didáctica que concurrió a esa clase a tomar nota a la futura colega. Esos “gurises” atienden, preguntan, responden, se integran.

La repercusión de esa clase fue maravillosa para la estudiante de profesorado, que obtuvo una calificación excelente por su desempeño. Pero la anécdota va mucho más allá de las devoluciones que le hizo su supervisora. La frutilla de esa torta no fue la nota, fue el logro educativo y personal que alcanzó junto a sus alumnos.

Su vivencia, abre paso a la ilusión. Se enciende una esperanza no solo en el sistema educativo, sino en los jóvenes. Tan cuestionados y juzgados en un Uruguay rodeado de longevos.

Su vivencia, humedeció los ojos de su familia, amigos e incluso los de una de sus alumnas. Ese vínculo de compromiso integral con la educación es un ejemplo que abre una puerta a la esperanza por un sistema educativo público de calidad, que pueda ser un horizonte alcanzable y no un sueño imposible.

Tolstoi en mi biblioteca

Nunca, hasta ahora, leí ningún libro de León Tolstoi. Me alcanzó sin embargo ver un tramo de su vida -el último- en una película para empezar a leer alguno. “Nunca es tarde para empezar de nuevo”, dijo el propio Tolstoi, y ese concepto de vida me vale como segunda excusa para leerlo (si es que necesitaba alguna más).

Su alegato al amor, el movimiento que creó, su vida, su familia, sus seguidores son presentados en “La última estación” como cruciales en el tiempo del adiós del escritor. Pese a que nunca se pierde de vista al protagonista, todos esos personajes que lo rodean conforman un núcleo del que no puede perderse ni un paso. Hacerlo, es desperdiciar mucha esencia de la película.

En la mirada del director Michael Hoffman,Tolstoi rinde tributo al pasado y apoya con su vida sus creencias más firmes. Vive con pasión y lealtad a sí mismo. Ama a una mujer, a sus hijos, a sus discípulos, y también enfrenta conflictos, sobre todo éticos. Vive hasta el último aliento creyendo en lo que construyó, y deja en este espacio de tiempo un deseo intrínseco de seguir presente por siempre. Algo que de hecho, logró.

La suerte de Emma

Quien haya visitado alguna vez una granja, sabrá que matar a un cerdo es un hecho trágico. Ante esas circunstancias parece que el animal conoce su destino. Los sonidos que emite son como un profundo lamento. Es cruel.

Emma sabe eso, y para evitarlo, procede de una manera única cada vez que va a matar a uno de los cerdos de su granja, donde vive sola en la campiña alemana.

Emma tiene deudas, y para cobrarlas, la visita a veces el policía del pueblo que le recuerda que si no paga perderá todo. Así transcurren sus días.

El accidente de un automovilista -desahuciado por una enfermedad- le cambiará la vida. Con este hombre, que no tiene nada que perder, y que no quiere ganar nada tampoco, encontrará mucho. Lo evidente, el amor. Pero por detrás de ese esperable encuentro se teje un desenlace que enfrentará a Emma con su propio destino.

“La suerte de Emma” del alemán Sven Tadicken tiene una calidez especial, que sirve de colchón para amortiguar el dolor que llega siempre con lo inevitable de la vida: la muerte.

Balance, punto y aparte

Muchas veces de adultos, olvidamos lo que soñábamos ser de niños. En aquellos años había una lista de profesiones, juegos e incluso delirios que deseábamos ser. Hoy somos –quizás-, distintos a los que soñamos. Sin embargo la posibilidad del sueño –quizás-, podría seguir intacta. Eso es lo que me recuerda el disco “Acuérdate de vivir”, de Ismael Serrano. En este último trabajo el artista recorre esas premisas: las de lo que podríamos ser, en contraste con lo que somos.


En el disco hay recorridos por dolores del presente, con recuerdos del pasado y esperanzas de futuro. Una melancolía sombría rodea muchos temas, y pese a ello la fe parece nunca dejarlo. Como en “Te vas”, donde canta el adiós a una pareja, y repasa los mensajes de fantasmas que le susurran qué camino tomar tras la distancia. Lo mismo que en “No reconozco”.


El disco es uniforme, pero en “Espejismo” detengo la respiración y suspiro. Allí encuentro un mundo de coincidencias, encuentro claves del trabajo que están esparcidas por todo el disco. Allí, está la esencia de todos los discos de Serrano. También la de éste. Sus ideas, sus sueños, sus modos de contar cómo ve, siente y vive la realidad, esa que “termina donde acaba el espejismo”.


Finalmente, luego de canciones dedicadas a diversos tópicos -donde hay espacio a todo, incluso a “Preguntas”-, Serrano presenta el “Balance” de este tiempo. Allí se enfrenta a su ser. A lo que quiso ser y a lo que es… irremediablemente.