Las infelices desgracias de un hombre serio

Un hombre serio, ¿es un hombre infeliz? Según se desprende de la última película de los afamados hermanos Cohen, parecería que sí. Un hombre serio, Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg), suma desgracias a cada paso que da, y en base a eso, se teje la trama de la obra que se menciona como una comedia muy seria (o un drama muy cómico), que en definitiva queda a medio camino de todo.

El comienzo no se enlaza con el desarrollo, y la conclusión resulta ser una ecuación de mil y una desventuras –personales y familiares- que dejan sabor a poco. La película está ambientada en Minnesota en 1967, y allí Gopnik -profesor universitario y padre de familia judío- comienza a sufrir las consecuencias de que su mundo se desmorone minuto a minuto.

Gopnik trata de aferrarse a la religión, pero no lo logra. Busca recursos para zafarse de las desgracias familiares en su trabajo, pero encuentra más problemas. Avanza en aceptar la realidad que se le presenta y descubre que todo resulta ser una porquería, pese a que él es un hombre serio.

No hay moralejas. No hay comedia (salvo algunos pícaros recursos cinematográficos). No hay drama. Reitero, hay una aleatoria suma de desgracias que acaban en un supuesto desastre. Como si de algunas complejas situaciones en la vida, no tuvieses más resultado que el tirarse a esperar morir.

No me multen, soy Shakira



La cantante colombiana creyó que ser mundialmente famosa la habilitaba a todo. Se desilusionó. El Ayuntamiento de Barcelona estudia multar a la cantante por bañarse en una fuente y montar en el asiento de atrás una moto Harley-Davidson sin el casco reglamentario por las calles de la ciudad durante la grabación de su nuevo videoclip.

Hace un año, el consistorio barcelonés impuso una multa a los promotores de los conciertos de la banda irlandesa U2 en el Camp Nou por haber incumplido la banda liderada por Bono los horarios concedidos para los ensayos del espectáculo 360º Tour y excederse en el nivel de ruido permitido, recordó la web 20minutos.es.

La primera gondolera


Una mujer recorrió el mundo al convertirse en la primera gondolera de la ciudad de Venecia en 900 años. Giorgia Boscolo, de 24 años, es reina en los portales de Internet y luce con una esplendida sonrisa que habla por sí sola. Sin embargo su alegría es parcial, porque aún le quedan por librar otras batallas contra el sexismo.

A pesar de ya tener su aprobado, la primera gondolera, quien ha quedado última en las clasificaciones de las pruebas, deberá ahora esperar para poder remar su propia góndola, pues antes tiene que conseguir una licencia para poder navegar de modo habitual por los canales venecianos con esta embarcación tan particular.

Una exclusiva red de 425 licencias de gondoleros, todos hombres hasta ahora, hace que Boscolo no sea, por el momento, más que una sustituta a la espera de que alguno de esos puestos fijos, que gestiona un ente adscrito al Ayuntamiento de Venecia, quede libre, según un informe de la agencia de noticias EFE.

Pese a eso la primera gondolera, madre de dos hijos, declaró a los medios de comunicación que su disfrutará a pleno su nuevo rol. "Pretendo disfrutar de esta profesión hasta el final, sin que me falte de nada, desde el servicio de embarcaciones del transporte público veneciano al más clásico tour con los turistas", comentó.

Alegría al por mayor

Sin prejuicios reconozco que Miss Tacuarembó -basada en un libro de Dani Umpi y dirigida por Martín Sastre- me gustó tanto que la vi dos veces. No dos veces usando descuento o con la tarjeta de pase cultural. Pagué dos veces para verla en el cine. Me gustó. Salí cantando canciones y saltando las coreografías (una amiga me advirtió de esas consecuencias).

La historia es tierna e irreverente. Tan particularmente irreverente que tiene un Jesús “pop star” -que baila, canta y es un producto más de la sociedad del consumo-, tiene santos que disputan el “top ten”, y tiene niños que bailan “What a Feeling” vestidos con la estética de los ochentas y que generan la mirada horrorizada de acartonados habitantes de la ciudad. (Solo quien alguna vez vivió en ese pueblo puede conocerlo tanto)

La película vale buenas críticas por su estética, sus canciones, por la historia y por los toques humorísticos. También por la crítica profunda a los prejuicios que se imponen ante quienes suelen ser “diferentes” a la mayoría.

La película vale, más si se la mira sin preconceptos. Abierto. Es fresca y divertida, llena de picardías y alegorías para quienes alguna vez se sintieron sapos de otro pozo.

La gordura que no era

Para no dejar de ser fiel a mis impresiones debo ser honesta: Roberto Zucco, interpretada por la Comedia Nacional, no me gustó. Aunque no se vea reflejado, veo bastantes obras de teatro, y sinceramente esta obra me dejó mucho que desear. En realidad esa opinión es el resultado de un descuidado detalle que me produjo un bloqueo y me impidió prestarle la debida atención a la obra, que se extiende por 1 hora 50 minutos, y tiene tramos de parlamentos realmente extensos y pesados. Roberto Zucco es un asesino (que en apariencia) opera movido por el desamor del mundo. Eso no es lo que me hizo ruido.
En la obra hay una familia, cuya hija menor se enamora de ese asesino. Ese grupo se presenta ante el público con todos los conflictos humanos que puedan imaginarse -alcoholismo, incesto, violaciones, hasta una hermana enamorada de la chica. Tanta sordidez, sin embargo, tampoco me llamó la atención. En referencia a estos asuntos se interpretan incluso escenas cruda y audaces, como una violación en escena.

Pero este tampoco es el detalle. La torpeza, que pasó para mi como una ridiculez, es que (en apariencia) el autor Bernard-Marie Koltès -que escribió la obra en 1988-, o bien era un adelantado, o pensó en otra persona cuando construyó el personaje de esa chica.
La actriz de la comedia es de complexión delgada e interpreta a la sufrida joven que sale -como puede- del perverso núcleo de su familia, ¿y dónde cae? en un prostíbulo.

Abruptamente la actriz entra desnuda en escena y se presenta ante la “madama” del cabaret que va tirándole el vestuario. Mientras ella se pone las prendas le confieza que los clientes no la quieren porque es “demasiado gorda”…

Una de dos, o el director de la Comedia, Alfredo Goldstein, nos subestima como espectadores -porque en escena hay una actriz cuya flacura es tal que se le ven las costillas- o el escritor era un visionario y en la Europa de 1960 -en la que está ambientada la obra- ya se consideraba a la bulimia y anorexia como el flagelo que significa hoy.

Con ese pequeño gran detalle, cayó la seriedad de la obra. Pareció que se prefirió proteger la belleza y estética de una actriz (que pese a que se decía gorda, se la veía flaca y esbelta como marcan los patrones actuales), antes que readaptar de alguna manera el texto y que fuese todo, al menos un poco más creíble.

Creíble, como la historia en la que está inspirada esta obra.