Uno más uno... Incendies



Se puede vivir toda la vida junto a alguien y nunca conocer su esencia, su historia, su pasado. La muerte, la única excusa irremediable de la vida, es el hilo que conducirá a dos jóvenes a conocer el pasado de su madre. Ese es el resumen más breve de Incendies, de Denis Villeneuve, ganadora de varios premios en festivales internacionales de cine durante 2010.


Jeanne Marwan (Mélissa Désormeaux-Poulin) y Simon Marwan (Maxim Gaudette), son mellizos y viven en Canadá. La jornada en la que conocen la última voluntad de Nawal Marwan, su madre, será el comienzo de una historia que los llevará a cruzar un camino trazado por pasiones, odios, rencores y dolor.


Sin quererlo, y obligados por las circunstancias, irán tejiendo su vida en los pasos dados años atrás por su madre. El recurso argumental, que rememora así descrito las acciones que emprenden los hijos de Francesca Johnson (Meryl Streep) en Los Puentes de Madison (1995), es en Incendies radicalmente antagónico. No hay una opción que no se toma, sino una sucesión de imposiciones que fueron condicionando una y luego varias vidas.


La película posee una fuerza espeluznante que se escenifica en su comienzo y no cede hasta el final. Hay momentos de tensión que se logran con magnificencia y actuaciones reveladoras que preceden segundos trágicos. Denis Villeneuve logra ser sutil en el tratamiento y presentación de la desgracia, aunque sobran algunas reafirmaciones conceptuales, como las que se observan cuando nos narran que la madre ha sido violada durante un tiempo de reclusión en su pasado.


La historia global sin embargo es potente. Por momentos la atmósfera que rodea el film es agobiante. En otros se ve con nitidez cómo se extiende la agonía de la búsqueda lo que provoca primero, deseos de que se aceleren las agujas del reloj y luego, conforme avanza el encuentro con la verdad, de rogar que por favor se detengan.


"Incendies" (teaser) - Radiohead

La poesía


“La poesía es intraducible…
como todo el arte”

Andrei Gorchavov (Oleg Yankovskiy) personaje de Nostalgia (1983) de Andrei Tarkovsky

Obsolescencia programada vs laboratorios culturales




Consuma, consuma, consuma. Use y tire. Hace un par de semanas miré en Internet un documental titulado “Comprar, tirar, comprar”. El trabajo, dirigido por Cosima Dannoritzer, es una coproducción entre Televisión Española, Televisió de Catalunya y Arte France que deja en evidencia una de las principales consecuencias de la sociedad actual: la pérdida de valor.

El hilo conductor para dejar en evidencia esta idea es la obsolescencia programada de los objetos. Una investigación de casi tres años demostró sin embargo que la manipulación mediática y de las grandes corporaciones para incidir en la conducta y decisiones de consumo de la mayoría de la ciudadanía no es fenómenos recientes. Para argumentarlo demostraron que ya desde finales del siglo XIX existía este tipo de manipulación tecnológica.

Thomas “Edison puso a la venta su primera bombilla en 1881. Duraba 1.500 horas. En 1911 un anuncio en prensa española destacaba las bondades de una marca de bombillas con una duración certificada de 2.500 horas. Pero, tal y como se revela en el documental, en 1924 un cártel que agrupaba a los principales fabricantes de Europa y Estados Unidos pactó limitar la vida útil de las bombillas eléctricas a 1.000 horas”, según se lee en la sinopsis del documental. Actualmente las horas de vida de una bombilla de luz varían dependiendo si ésta es de bajo consumo o de incandescencia.

Aunque en principio parece, el trabajo audiovisual no dibuja un escenario catastrófico, en el que toda innovación está vinculada a la manipulación de masas. Apela a los movimientos (cada vez mayores) que surgen en distintos puntos del mundo que rechazan ese modelo y generan nuevos con características colaborativas, que refuerzan las ideas de una sociedad del conocimiento.

Esos espacios donde confluyen tecnología, cultura y educación son ejes de fenómenos sociales que emergen como alternativas a la hegemonía de los poderes (políticos, económicos, corporativos). Son células sociales que permiten encauzar las ideas, extrayendo su potencial dinámico y transformador. Las fábricas e industrias culturales, los laboratorios de ideas e incluso el turismo del conocimiento son rasgos de identidad de estas nuevas “tribus” nacidas en la era de la sociedad de la innovación.

Su mirada

La tristeza de sus ojos es una daga.

La paleta es densa como la atmósfera que la rodea.

Las espinas clavándose en su cuello son hondas.

Las verdes pinceladas transpiran esperanza.


La experiencia de enfrentarse a un cuadro no es la misma cuando uno observa el trabajo mediado por una reproducción, que en vivo. Descubrí la diferencia, sutil y dramática, cuando me encontré a Frida Kahlo.


Fue en un paseo por la exposición Heroínas -que se realiza en simultáneo en el Museo Thyssen Bornemisza y en la Fundación Caja Madrid en España- donde viví la experiencia. Han pasado varios días desde entonces y aún no he podido identificar si el impacto que me produjo “Autorretrato con collar de espinas y colibrí” (1940) es resultado de conocer a fondo la vida y obra de Frida Kahlo, o si solo se trata de mis desnudas percepciones al enfrentarme a ella.


Pese a la duda, tengo claro que la fuerza e intensidad de su trabajo se siente y que fue tan potente la evidencia que resultó imposible mirar fijamente sus ojos sin que los míos se estremecieran.